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martes, 9 de noviembre de 2010

uno

Despierta.
Lluvia a destiempo.
Amanecer en primavera. Los techos. Lluvia sobre los techos. Sinfonía de pájaros. Gritos lejos. Un niño. Parece un niño. O una mujer. Déjame. Déjame, repite. Demasiado rítmico. Déjame. Demasiado rato. Lluvia sobre los techos.
Se asoma a la ventana. Todo rojo. El cielo rojo, la pared del frente, las ventanitas de diferentes dimensiones. Todo solitario. Se apoya en el alfeizar. Una mujer sola pasa trotando. Lleva una parka blanca, con la capucha puesta. Las manos en los bolsillos. Corre. Algo le pasa. Corre por la lluvia.
Le parece seguir escuchando los lamentos. Casi parecen ser los pájaros muriéndose. Piensa en la frase: lluvia mata pajaritos. Qué fue lo que oyó? Que fue lo que lo despertó?
Sigue durmiendo. Algo le quieren decir. En un hospedaje. Él en una cama y su hermana en la esquina opuesta de la habitación. Hay muchas camas, y en la suya duermen más personas, y un animal hechado les calienta los pies. Se le sale el tapado. Su hermana le hace gestos. O sólo queda mirando fijo hacia su esquina. Algo quiere decirle.
Aparece un par de manos de debajo de la cama. Manos de mujer. Las toca, para intentar reconocerlas. Para subir al cuerpo completo. Asir las manos y traerlas hacia sí. Pero la sensación es otra. Una cinta continua. La tiraría hacia él y él se hundiría y ella saldría. Y él sacaría sus manos y ella lo levantaría. Hasta el infinito. Cinta continua. Con la cama al centro de ese giro.
Se distrae y encuentra al animal derretido en el enchufe. Como una vela de cera derretida que tuvo la forma de un animal. Siente la responsabilidad de no haberselo advertido. No haberlo prevenido. Pero era casi un reptil, incapaz de aprendizaje. Pero en todo caso podían jugar. A veces se comportaba como un gato, a veces, como un gallo.
Se da la vuelta hacia la ventana y ya es de día. Hay niebla y muchas de esas luces que protegen a los edificios de los helicópteros.
Ganas de vivir.

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